viernes, 19 de septiembre de 2008

El latido del silencio

Volví a hablar con ella hace unas noches. Nos habíamos encontrado varias veces en los últimos meses pero no me atreví a platicar más de lo necesario. Mi alejamiento fue por su bien, y creo que también por el mío. Fuimos muy dependientes uno del otro y dicen que eso nunca acaba de la mejor forma. En nuestro caso la sentencia se cumplió.

No recuerdo quién dio el primer paso para superar las tensiones de años anteriores. Debe haber sido ella pues hasta ahora es una mujer sin rencores, locuaz y sin tristeza alguna.

La conocí una tarde de verano y su belleza juvenil tatuó desde entonces mi alma y mi cuerpo. Le dije que la amaba y ella me dijo te amo igual. Le dije que siempre sería suyo y ella me dijo lo mismo. Le dije que nunca la dejaría y ella me dijo así será. Le dije adiós un día y ella me dijo adiós.

Al conversarle esa noche sentí la sensación de la vez primera. Medí cada una de mis palabras intentando construir no sé qué. No me atreví a mirarla fijamente pues no deseaba delatar mi debilidad. Temí lastimarla y que otra vez me mantuviera a distancia.

Los seres humanos hacemos estupideces cada día, construimos y destruimos, aclaramos y enturbiamos, damos vida y matamos, elevamos algo y lo tiramos al piso, y yo hice muchas, especialmente con ella. Y sin embargo estaba sentada frente a mi, diciéndome sin decirlo: ¡ya me olvidé cómo te portaste!.

Juntos vivimos tanto. Reímos, bailamos, viajamos, bebimos, gritamos, lloramos, sufrimos, nos lastimamos, pero por sobre todo nos amamos. ¿Cuánto?. Ella lo sabe y yo lo sé. ¿Lo demostramos?. Creo que fue insuficiente. ¿Seguimos en nuestros pensamientos?. De ella no sé, de mi parte nunca la olvidé.

Debo admitir que es imposible borrar de la memoria a una hembra como ella. Su risa transitada de doncella a mujer, su evolución de timidez a certeza, su crecimiento de estudiante a profesional, todo eso estando a su lado, permanecen en mi. Sigue tan linda como el día en que decidimos ser uno del otro. Me arriesgué a expresarlo pero solamente sonrió. Si me creyera que no fue un cumplido.

Dialogué con ella de nuevo, como antes, y estuve inseguro. No me atreví a decirle que respiro distinto cuando la veo. Tuve vergüenza de invitarle a que dicho encuentro se repitiera. Callé cuando quería pedirle que me abrazara. Deseé colocar su cabeza en mi hombro y permanecí inmóvil. Quise tomar su mano pero ni lo intenté. Sólo rocé sus labios al despedirnos y esta escena se me repite despierto y dormido.

No sé qué estará pensando. No me atrevo a preguntarle. Tengo temor a su respuesta.

Detalles - Roberto Carlos

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Maxito, lo escribiste pensando en mi?