viernes, 30 de mayo de 2008

Venganza masculina


Mi amigo Esteban me reenvió hace unos días un correo que le fue remitido a su vez por otro colega quien, al parecer en un momento de ocio, plasmó una historia divertida pero no por ello menos certera. Creo que vale la pena publicarla en este blog.

******

Los hombres nunca hemos entendido sobre nuestras necesidades sexuales y las de las mujeres y por qué somos tan diferentes entre ambos. Por más esfuerzo que hagamos nunca hemos entendido todas esas idioteces de que las mujeres son de Venus y los hombres de Marte. Y nunca hemos entendido, tampoco, porqué los hombres pensamos con la cabeza y las mujeres con el corazón.

Una noche, mi esposa y yo nos fuimos a la cama. Y bueno, empezamos a acariciarnos, luego el inevitable tocamiento de sus senos, de sus caderas, posteriormente las caricias entre sus piernas, besitos por la oreja, por su cuello, por sus labios y demás etcéteras. Yo suponía que se encontraba lista cuando su voz en tono melancólico me volvió a la realidad. "Ahorita no tengo ganas mi amor, tan sólo quiero que me abraces!".

Cuando iba a reprocharle su mala vibra y el cinismo que demostraba, me enfrió con las palabras mágicas que dicen siempre todas las hijas de Eva: "No sabes conectarte con mis necesidades emocionales como mujer".

Un carajo mental mordió mis labios y no hubo mas remedio que voltear la espalda y esconder mi cara bajo la almohada. Lo cierto es que esa noche no iba a haber otro tipo de conexión; guardé los aceites afrodisiacos, apague las velas, quite el CD de Alejandro Sanz, apague el equipo de sonido, guarde el champán y las fresas mientras murmuraba: ¡mujer de m…. ya me vengaré!.

Al día siguiente fuimos de compras al Jockey Plaza, entramos a Sagafalabella, yo me fui ver relojes mientras ella se probaba tres modelitos carísimos de la nueva colección de Cecilia Bolocco. Como mujer al fin no podía decidirse por uno u otro, le dije que se llevara los tres.

Fue luego cuando comentó que también necesitaría unos zapatos que le hicieran juego. Los que vio superaban los cien dólares pero le contesté que me parecía bien. De ahí pasamos por la sección de ropa sport, de donde salimos con unas casacas finísimas rellenas con plumas y una bolsa Luis Vuiton o alguna tontería de esas.

¡Estaba tan emocionada! .Yo creo que pensaría me estaba volviendo loco, pero de todas maneras parecía no importarle. Al menos así le entendí en el instante que me pidió una faldita muy corta dizque para jugar tenis, (¡si no sabe ni correr, mucho menos jugar tenis!). Pero entró en shock cuando le respondí “cómprate todo lo que quieras”. Después de todo esto, ella estaba casi excitada sexualmente.

Entonces pronunció las palabras mágicas de toda mujer: “¡Ven papito lindo, mi gordo hermoso! (y todas esas frases que dicen ellas cuando se sienten complacidas), vamos a la caja a pagar”.

Fue aquí cuando, de repente, faltando una persona para cancelar le dije: "No mi amor, creo que ahorita no tengo ganas de comprar todo esto"... De verdad -ojalá hubieran visto su cara- se quedó pálida cuando añadí: "Tan solo quiero que me abraces". Empezó a poner cara de que se iba a desmayar, se le paralizó la parte izquierda del cuerpo, le dio un tic nervioso en el ojo derecho y finalicé: "No sabes conectarte con mis necesidades financieras como hombre".

Venganza consumada.
******
El correo termina con la recomendación de reenviarlo a todos los hombres para que lo apliquen de ser necesario....... y de reenviarlo a las mujeres para que vean lo que se siente. ¿Ustedes qué dicen?

Mujeres según Arjona

viernes, 23 de mayo de 2008

Ellas viven menos que antes

Hace algunas semanas les comenté respecto a las expectativas de vida que tenemos quienes apenas estamos sobre los 50 años y todo lo que nos falta experimentar en las próximas dos décadas y media, tiempo que nos queda por disfrutar en promedio.

Hoy les traigo una noticia relacionada al tema, aunque no muy buena para las mujeres. Científicos de una universidad norteamericana han comprobado por primera vez en casi un siglo que las expectativas de vida están disminuyendo para las hijas de Eva.

Si bien el trabajo se realizó exclusivamente con las estadounidenses no deja de causar alarma pues la investigación tuvo una muestra de casi mil condados, equivalentes al doce por ciento del llamado sexo débil.

La revista especializada Public Library of Science (PLoS) acaba de presentar el trabajo del doctor Christopher Murray, un epidemiólogo de la Universidad de Washington quien evaluó las tendencias durante los últimos cuarenta años. Para ello no sólo encabezó un destacado grupo de colaboradores sino que consiguió el apoyo de expertos de la Escuela de Salud Pública de Harvard.

De acuerdo con indicadores oficiales, desde 1961 la expectativa de vida para las mujeres en todo Estados Unidos subió de 73,5 a 80,97 años, mientras que, durante el mismo período, la expectativa de vida en los hombres ascendió de 66,9 a 75,15 años.

Sin embargo, al analizarse los condados de manera individual, se comprobó que a partir de 1980 las cifras fueron cambiando pues tal tendencia sólo se mantuvo en las ciudades con mejor situación económica mientras que en las más pobres hubo un deterioro. Así, la brecha se abrió y en los condados más afortunados ahora se vive 11 años más que en los condados con menores ingresos, a diferencia de 1983 en que era de sólo 9 años.

Murray aseguró que esta disminución en la expectativa de vida es algo que tradicionalmente se consideró como fallas de los sistemas de salud y asistencia social, similar a lo sucedido en partes de África y Europa Oriental. “El hecho de que ocurra también con gran número de personas en Estados Unidos debe ser una señal de que nuestro sistema de asistencia de la salud necesita una consideración seria", añadió.

El estudio descubrió que ellas tienen menores expectativas de vida al incrementarse las muertes por ataques cardiacos y al excesivo aumento de la obesidad durante las últimas dos décadas, que hoy en día afecta más a las mujeres que a los hombres.

A diferencia de los que mucho creen, Estados Unidos no se ubica en el top del ranking; al contrario, está en el puesto 43 de Expectativas de Vida al Nacer que tienen todos los países. El primer lugar lo ocupa Andorra, la nación europea donde sus hombres alcanzan un promedio de 80,62 años y sus mujeres los 86,62 años.

En el último puesto, el 217, figura Suazilandia. Allí los hombres pueden llegar hasta los 31,84 años y las mujeres a los 32,62 años. Esta nación africana es la que presenta un descenso vertiginoso a nivel mundial pues su expectativa disminuyó casi 7 años desde el 2003, cuando su población podía alcanzar los 40 años como término medio.

¿Donde se encuentran los japoneses, alemanes y chinos, considerados universalmente como ciudadanos con mayor longevidad?. Pues, en los puestos 3, 32 y 100; los primeros con 78,67 (hombres) y 85,56 (mujeres), los segundos con 75,96 y 82,11 y los terceros con 71,13 y 74,82 años.

La mejor colocación latinoamericana la tiene Puerto Rico en el puesto 39, pues sus hombres y mujeres viven un promedio de 74,6 y 82,67 años respectivamente, superando a los EE.UU. y siendo los segundos en todo el continente americano, cuyo país mejor ubicado es Canadá (lugar 13) y una media de 76,98 y 83,86.

Al margen de cualquier investigación, lo real es que nuestras bellas compañías siguen viviendo unos cinco años más que nosotros. Sin duda se lo merecen.

viernes, 16 de mayo de 2008

Amor tormentoso (II)

Mientras escuchaba el “¡Hola Manuel!, soy Charo” miró esa extensa película que se proyecta en un momento de peligro. Vio la noche en que se conocieron y amaron por primera vez, la tarde cuando decidieron vivir juntos, la vio despertando con él totalmente desnudos en su pequeño departamento de San Borja. Allí estaba Rosario sonriéndole, conversándole, divirtiéndole, bailando, duchándose con él, leyéndole los poemas de Benedetti que tanto le gustaban.

Antes de conocer a Charo y casarse con Julia, Manuel fue un infiel compulsivo. Sólo ambas le estabilizaron. Tuvo múltiples tentaciones en los últimos años, pero la esperanza de recomponer su hogar le impidieron un desliz. Ahora, ya se había convencido de que nada cambiaría su rutina de regresar a casa a las ocho, jugar con los mellizos, cenar con su mujer, retirarse ambos al dormitorio, echarse en la cama, él del lado derecho, ella del lado izquierdo, prender el televisor, él manejando el control remoto y ella resignándose a ver las noticias muy a su pesar, hasta caer vencida por el cansancio natural, sin abrazos, sin besos, sin qué tal te fue en el día, sin qué duermas bien, sin nada.

Esa llamada al celular fue el pretexto para el quiebre. Un intercambio de frases coquetonas resultó suficiente para acordar que pasaría a buscarla por la noche.

********


Fue a comienzos de 1993 que Manuel prendió la radio y escuchó un programa donde hombres y mujeres se invitaban a llamar y conocer. Le vaciló la idea de conseguir alguien por esa vía y decidió hacerlo al día siguiente. Marcó ochenta y tres veces antes que le contestaran; luego, con voz seductora, dio su número e invitó a chicas de cualquier edad que deseen conocer a un soltero de 36 años.

Con dudas sobre la efectividad colgó y a los 15 segundos una timbrada le hizo saltar hasta el auricular y contestar a la primera incauta. -¿Aló Manuel?, preguntó una voz con características de mujer fatal. Me llamo Marilyn, acabo de escuchar tu mensaje ¿qué haces?.

Era una ama de casa de treinta y siete años, divorciada con tres hijos, natural de Huancayo. Apenas cortó, una nueva comunicación ingresó para su sorpresa. Esta vez una solterona de cuarenta años que aún vivía en casa de sus padres. Su nombre Inés. Ambas fueron apuntadas en su nueva agenda negra que le regalaron por navidad y que recién estrenaba; no puso ningún dato adicional pues confiaba en su buena memoria. Intentó continuar su rutina pero el fono sonó por tercera vez. Ahora una adolescente de dieciséis que parecía no tener problemas con alguien dos veces mayor.

Esa noche contestó cincuenta y cuatro llamadas. No paró hasta cuando salió el sol, tiempo en que decidió descolgar el teléfono, ducharse e ir al trabajo. Luego repasó lo sucedido. Recordó que después de Mariela, la menor de edad, no sólo apuntaría el número sino también escribiría al costado algunos datos cómo dónde vivía, a qué se dedicaba, estado civil, fecha de nacimiento, cantantes preferidos, gustos, estatura, color de pelo, etc., un slam sintetizado para que cuando volvieran a hablar ellas sintieran que las recordaba y así despertar más su interés.

En su agenda quedaron los nombres y los datos de siete Marías, seis Liliana, cinco Nancy, cinco Mariela, cuatro Inés, cuatro Elizabeth, cuatro Mónica, tres Gloria, dos Patricia, dos Elsa., una Marilyn, una Viviana, una Enma, una Tomasa, una Eduviges, una Marisol, una Soledad, una Patricia, una Rocío, una Fernanda, una Tania y una Roxana. En esa relación no figuraban Rafaela y Manuel, un travesti y un gay cuyas llamadas se colaron después de las tres de la mañana. Existían damas de todas las edades. Desde una colegiala por cumplir los catorce hasta tres viudas, incluyendo una que dijo tener cuarenta y que aparentaba treinta pero con voz de sesenta. Tampoco faltaron las que se describían como mujeres perfectas, seguras de hacer feliz a un hombre para toda la vida. Había las solitarias y las que venían de alguna decepción sentimental. También se comunicaron meretrices que ofrecían descuento. Los lugares de origen pasaban, por la costa, sierra y selva; asi quedaron registradas limeñas, piuranas, iqueñas, arequipeñas, huancainas, chinchanas, loretanas, huancavelicanas y recién bajadas en busca de amistades.

A varios kilómetros de allí, en Barranco, Charo se alistaba para irse a casa. Debió amanecerse para cumplir un trabajo. La noche anterior escuchó el programa. Sin explicárselo cómo, prestó atención a la llamada de Manuel y apuntó el teléfono que dictó. Decenas de veces escuchó el espacio al igual que sus cientos de mensajes, pero jamás hizo caso a alguno, esta vez sí. Marcó hasta en cuatro oportunidades pero siempre sonó ocupado. La quinta vez, cuando se retiraba, timbró pero sólo contestó la grabadora pidiendo el recado; pese a ello se atrevió a dejarlo: “Hola, me llamo Rosario, escuché tu mensaje en el programa de Wendy, intenté comunicarme contigo pero creo que tuviste mucho éxito pues estabas ocupado. Si te interesa llámame a partir de las diez de la noche” y le dejó su número.

Esa fue la primera vez que Manuel se enteró sobre la existencia de Rosario.

(Continuará)

Tania Libertad, Serrat y Benedetti

viernes, 9 de mayo de 2008

Amor tormentoso (I)

Manuel es un colega que en junio próximo cumplirá los 51. Trabajó hasta el año pasado en una ONG dedicada a la defensa de los derechos humanos cuando decidieron prescindir de sus servicios. Nadie le defendió, menos quienes le habían contratado. Ni CTS ni beneficios, ni vacaciones truncas, ni nada.

Ahora está nuevamente, como las otras tres veces en los últimos cinco años, buscando trabajo y taxeando para conseguir ingresos, esos que le hagan cumplir con su familia las necesidades de comida, vivienda, ropa y estudios.


En 1999 adquirió una casa en San Borja que aún paga; todavía le falta cancelar la mitad de las cuotas para que sea definitivamente suya. Su pareja, secretaria de un laboratorio transnacional, le ayuda en este propósito. Pese a vivir bajo el mismo techo su relación es distante, ya no hay amor.

Se casó pasando los 40, como todos ilusionado de formar una familia. La esposa -también de la misma edad- tuvo los temores propios del reloj biológico al embarazarse, pero gracias a Dios fueron bendecidos con una pareja de mellizos por la que se desviven y soportan uno al otro. Hoy los niños ya tienen 7 años.

Una noche tras beber harto licor me confesó que su relación se volvió gélida tras el nacimiento de sus hijos, no porque fueran, con justa razón, el centro de atención de su mujer sino porque literalmente ella le dejó de lado. Ya no más caricias, ni mimos, ni una palabra de atención ni sexo del bueno. Me preguntó si eso no sería el karma a pagar por tantas relaciones que mantuvo con más de una decena de mujeres a las que prometió amor eterno, aunque en el fondo sólo deseara sus carnes.
*******
Aquella mañana de enero, mucho antes de coger definitivamente el teléfono para llamarle, lo había intentado múltiples veces. No estaba segura de que fuera buena idea pues de las tres conversaciones con él en una década no guardaba imágenes felices.

En qué maldita hora llegó a conocerle o en qué maldita hora llegó a perderle. Todas las noches dormía en su cama, todas las mañanas despertaba a su lado. Todos sus cumpleaños, navidades, aniversarios y fechas importantes los vivía con él y también todo el tiempo estaba ausente, al igual que hace diez años en que se separaron.

Resultaba increíble que aún pudiera tenerle presente si fue ella quien decidió dejarle un día de enero, precisamente un once, como esa mañana soleada, atormentada por las dudas de llamarle. Dentro de sí recordaba que se cumplían diez años de aquella separación. En esa ocasión Manuel no dijo nada, la dejó tomar una a una sus cosas y llevárselas consigo. Fue la última vez que se vieron las caras. Ni un chao, ni un adiós, ni menos un beso.

Rosario Gavidia es una bella mujer, nacida en Lima hace 37 años. Cuando decía su edad nadie le creía pues aparentaba mucho menos. Sus ojos marrones claros, su piel blanca, ligeramente bronceada, y su ondulada cabellera negra que le llegaba hasta la mitad de la espalda junto a sus bien formadas curvas la hacían ver una hembra impresionante que provocaba mirarle cuando venía o cuando se iba. Se vestía como cualquiera otra mujer común y silvestre pero las prendas que llevaba consigo resaltaban en ella y en su metro setenta y cinco con tacos normales.

Nadie sabía las verdaderas razones por las cuales no tenía pareja. Los hombres que afanosos se acercaban buscando su amistad y algo más, se estrellaban contra un muro construido con recuerdos absurdos. Su familia se limitaba a contemplarla con piedad, la misma compasión que le entregaron desde aquella mañana en que retornó a su casa y cuando a voz en cuello exigió que no le preguntaran por qué regresaba y por qué había decidido abandonar a Manuel.

-¡Hola Manuel!, soy Charo.

Contestó el celular apenas timbró, no importó que estuviera buscando clientes para su taxi, siempre lo hacía a pesar del par de multas que ya tenía en su haber. Aunque conocía a una decena de mujeres con ese nombre la identificó al instante. Su voz era inconfundible. ¡Cómo olvidarla!.

La última vez que conversaron fue igualmente por teléfono, allá por la primavera del 2005. En aquella oportunidad Rosario llamó a su celular para felicitarle porque sabía que sus mellizos estaban cumpliendo 5 años. Manuel, 14 años mayor que ella, no supo reaccionar entonces, sólo atinó a decirle gracias y ser cortante en el trato; en aquella época llevaba seis años de matrimonio y aunque no dejó de sorprenderle que conociera la fecha especial, evitó ahondar en este tema pues no le interesaba meterse nuevamente en problemas ni menos con ella, pese a que la convivencia con Julia, la madre de sus hijos ya se iba a pique. Hoy, es distinto, todo es peor.

(continuará)

viernes, 2 de mayo de 2008

Certeza de la vida

La primera vez que la conocí tendría yo unos cuatro años. La recuerdo con tal nitidez que hasta ahora me asombro. Nadie me lo contó pues nunca mencionaron su nombre en la familia. Era una mañana nublada de mayo cuando a través de mi ventana observé que se alejaba en silencio. La volví a encontrar una noche de enero dentro de mi casa. Un grito desgarrador seguido de un llanto interminable me avisó que entró sin avisar y no quería moverse. Apenas había cumplido los ocho años y empezaba a hacerse familiar.

Recién ingresado a la universidad, me dijo una madrugada de julio ¿te acuerdas de mi?, hace tiempo que no nos vemos, sería bueno que te acostumbres porque me verás muchas veces, algunas seguidas otras esporádicas, pero aquí estaré.
Cumplió su palabra seis años después, hacia finales de noviembre. No estuve presente la vez que volvió pero dejó su mensaje para advertirme que seguía viva.

¿Qué podía hacer para no verla más?. La verdad qué nada. ¿Cómo escaparme de la única certeza que existe al nacer?. Otra vez nada. ¿Habrá forma de no acostumbrarme a ella así no quiera?.
Nuevamente nada.

Decía
Jorge Luis Borges que “la muerte es una vida vivida y la vida es una muerte que viene”, por lo tanto sólo queda aceptarla y esperar que se presente las veces que quiera ante nosotros, encontrándola más en la medida que pasen los años.

Sus primeras presentaciones fueron las cuatro que quedaron impregnadas en mí, probablemente porque sus víctimas fueron personas muy cercanas. En el ínterin hubo otras, pero jamás con tal intensidad.

¿Puede un pequeño acordarse del dolor de su padre llevando sobre sus hombros el pequeño ataúd blanco con su hermanita de 15 días de nacida?. Yo si me acuerdo. No sabía exactamente de qué se trataba pero si me acuerdo. Obligado a permanecer encerrado en el dormitorio para no ver la escena mi curiosidad de niño hizo treparme sobre la silla y presenciar ese momento. Jamás pregunté qué había ocurrido. El tiempo me dio su respuesta.

Ya más juicioso, a los ocho, mientras veía televisión, pude advertir que algo malo ocurría cuando médico y enfermera nerviosos se esforzaban por correr contra el tiempo y aplicar inyecciones y paños de agua fría para calmar la fiebre de mi pequeño y hermoso gordo de 6 meses que horas antes rebozaba de salud. Yo soy el mayor y me acuerdo límpidamente pero los menores no tenían plena conciencia de lo que empezaríamos a vivir. El llanto de mi madre y el nuevo rostro de dolor de mi padre hicieron que yo también brotara lágrimas. Nadie me lo había explicado pero sabía que la muerte llegaba para llevarse a otro de los nuestros.

Mi alegría juvenil por ingresar a la universidad se transformó una noche cuando llegamos al lecho agonizante de mi abuela. Cierto que mi Tata ya había superado los 80 pero con ella se estaban yendo todos mis recuerdos y complicidades infantiles. Su voz débil y caricias tenues se detuvieron casi a medianoche. Nuevamente al ver el rostro de mi padre entendí lo que es perder un ser querido.

Miguel fue como un hermano para nosotros. Le decíamos el gordo, ya imaginarán por qué. Lo conocimos desde que tenía tres años, yo le llevaba unos cinco, y mas paraba en nuestra casa que en la propia. Un día, a dos semanas de cumplir 17, se quedó sin vida, dejándonos desde entonces con un dolor difícil de superar pues ya era de la familia.

Desde entonces hasta hoy transcurrieron casi tres décadas y me encontré con ella infinidad de veces. La vi en forma de accidentes, la vi en forma de enfermedades penosas, la vi en forma de suicidios, la vida disfrazada de terrorismo, la vi como secuela de un crimen, la vi de diferentes maneras. Siempre con la razón de su lado cuando dijo ya te acostumbrarás a mi.

Se han ido familiares, se han ido amigos, se han ido maestros, se han ido alumnos, se han ido parejas y yo estoy aquí intentando comprender qué pasó para no seguir tan impactado como las primeras veces. ¿Será que me acostumbré a ella?. ¿Será que es inútil enfrentarla?. ¿Será que mientras mas avanzo por este camino soy consciente que la encontraré por última vez?

Como somos - Piero