viernes, 16 de mayo de 2008

Amor tormentoso (II)

Mientras escuchaba el “¡Hola Manuel!, soy Charo” miró esa extensa película que se proyecta en un momento de peligro. Vio la noche en que se conocieron y amaron por primera vez, la tarde cuando decidieron vivir juntos, la vio despertando con él totalmente desnudos en su pequeño departamento de San Borja. Allí estaba Rosario sonriéndole, conversándole, divirtiéndole, bailando, duchándose con él, leyéndole los poemas de Benedetti que tanto le gustaban.

Antes de conocer a Charo y casarse con Julia, Manuel fue un infiel compulsivo. Sólo ambas le estabilizaron. Tuvo múltiples tentaciones en los últimos años, pero la esperanza de recomponer su hogar le impidieron un desliz. Ahora, ya se había convencido de que nada cambiaría su rutina de regresar a casa a las ocho, jugar con los mellizos, cenar con su mujer, retirarse ambos al dormitorio, echarse en la cama, él del lado derecho, ella del lado izquierdo, prender el televisor, él manejando el control remoto y ella resignándose a ver las noticias muy a su pesar, hasta caer vencida por el cansancio natural, sin abrazos, sin besos, sin qué tal te fue en el día, sin qué duermas bien, sin nada.

Esa llamada al celular fue el pretexto para el quiebre. Un intercambio de frases coquetonas resultó suficiente para acordar que pasaría a buscarla por la noche.

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Fue a comienzos de 1993 que Manuel prendió la radio y escuchó un programa donde hombres y mujeres se invitaban a llamar y conocer. Le vaciló la idea de conseguir alguien por esa vía y decidió hacerlo al día siguiente. Marcó ochenta y tres veces antes que le contestaran; luego, con voz seductora, dio su número e invitó a chicas de cualquier edad que deseen conocer a un soltero de 36 años.

Con dudas sobre la efectividad colgó y a los 15 segundos una timbrada le hizo saltar hasta el auricular y contestar a la primera incauta. -¿Aló Manuel?, preguntó una voz con características de mujer fatal. Me llamo Marilyn, acabo de escuchar tu mensaje ¿qué haces?.

Era una ama de casa de treinta y siete años, divorciada con tres hijos, natural de Huancayo. Apenas cortó, una nueva comunicación ingresó para su sorpresa. Esta vez una solterona de cuarenta años que aún vivía en casa de sus padres. Su nombre Inés. Ambas fueron apuntadas en su nueva agenda negra que le regalaron por navidad y que recién estrenaba; no puso ningún dato adicional pues confiaba en su buena memoria. Intentó continuar su rutina pero el fono sonó por tercera vez. Ahora una adolescente de dieciséis que parecía no tener problemas con alguien dos veces mayor.

Esa noche contestó cincuenta y cuatro llamadas. No paró hasta cuando salió el sol, tiempo en que decidió descolgar el teléfono, ducharse e ir al trabajo. Luego repasó lo sucedido. Recordó que después de Mariela, la menor de edad, no sólo apuntaría el número sino también escribiría al costado algunos datos cómo dónde vivía, a qué se dedicaba, estado civil, fecha de nacimiento, cantantes preferidos, gustos, estatura, color de pelo, etc., un slam sintetizado para que cuando volvieran a hablar ellas sintieran que las recordaba y así despertar más su interés.

En su agenda quedaron los nombres y los datos de siete Marías, seis Liliana, cinco Nancy, cinco Mariela, cuatro Inés, cuatro Elizabeth, cuatro Mónica, tres Gloria, dos Patricia, dos Elsa., una Marilyn, una Viviana, una Enma, una Tomasa, una Eduviges, una Marisol, una Soledad, una Patricia, una Rocío, una Fernanda, una Tania y una Roxana. En esa relación no figuraban Rafaela y Manuel, un travesti y un gay cuyas llamadas se colaron después de las tres de la mañana. Existían damas de todas las edades. Desde una colegiala por cumplir los catorce hasta tres viudas, incluyendo una que dijo tener cuarenta y que aparentaba treinta pero con voz de sesenta. Tampoco faltaron las que se describían como mujeres perfectas, seguras de hacer feliz a un hombre para toda la vida. Había las solitarias y las que venían de alguna decepción sentimental. También se comunicaron meretrices que ofrecían descuento. Los lugares de origen pasaban, por la costa, sierra y selva; asi quedaron registradas limeñas, piuranas, iqueñas, arequipeñas, huancainas, chinchanas, loretanas, huancavelicanas y recién bajadas en busca de amistades.

A varios kilómetros de allí, en Barranco, Charo se alistaba para irse a casa. Debió amanecerse para cumplir un trabajo. La noche anterior escuchó el programa. Sin explicárselo cómo, prestó atención a la llamada de Manuel y apuntó el teléfono que dictó. Decenas de veces escuchó el espacio al igual que sus cientos de mensajes, pero jamás hizo caso a alguno, esta vez sí. Marcó hasta en cuatro oportunidades pero siempre sonó ocupado. La quinta vez, cuando se retiraba, timbró pero sólo contestó la grabadora pidiendo el recado; pese a ello se atrevió a dejarlo: “Hola, me llamo Rosario, escuché tu mensaje en el programa de Wendy, intenté comunicarme contigo pero creo que tuviste mucho éxito pues estabas ocupado. Si te interesa llámame a partir de las diez de la noche” y le dejó su número.

Esa fue la primera vez que Manuel se enteró sobre la existencia de Rosario.

(Continuará)

Tania Libertad, Serrat y Benedetti

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esperaremos el viernes para leer con la misma atenciòn la tercera entrega.

Johnny