viernes, 2 de mayo de 2008

Certeza de la vida

La primera vez que la conocí tendría yo unos cuatro años. La recuerdo con tal nitidez que hasta ahora me asombro. Nadie me lo contó pues nunca mencionaron su nombre en la familia. Era una mañana nublada de mayo cuando a través de mi ventana observé que se alejaba en silencio. La volví a encontrar una noche de enero dentro de mi casa. Un grito desgarrador seguido de un llanto interminable me avisó que entró sin avisar y no quería moverse. Apenas había cumplido los ocho años y empezaba a hacerse familiar.

Recién ingresado a la universidad, me dijo una madrugada de julio ¿te acuerdas de mi?, hace tiempo que no nos vemos, sería bueno que te acostumbres porque me verás muchas veces, algunas seguidas otras esporádicas, pero aquí estaré.
Cumplió su palabra seis años después, hacia finales de noviembre. No estuve presente la vez que volvió pero dejó su mensaje para advertirme que seguía viva.

¿Qué podía hacer para no verla más?. La verdad qué nada. ¿Cómo escaparme de la única certeza que existe al nacer?. Otra vez nada. ¿Habrá forma de no acostumbrarme a ella así no quiera?.
Nuevamente nada.

Decía
Jorge Luis Borges que “la muerte es una vida vivida y la vida es una muerte que viene”, por lo tanto sólo queda aceptarla y esperar que se presente las veces que quiera ante nosotros, encontrándola más en la medida que pasen los años.

Sus primeras presentaciones fueron las cuatro que quedaron impregnadas en mí, probablemente porque sus víctimas fueron personas muy cercanas. En el ínterin hubo otras, pero jamás con tal intensidad.

¿Puede un pequeño acordarse del dolor de su padre llevando sobre sus hombros el pequeño ataúd blanco con su hermanita de 15 días de nacida?. Yo si me acuerdo. No sabía exactamente de qué se trataba pero si me acuerdo. Obligado a permanecer encerrado en el dormitorio para no ver la escena mi curiosidad de niño hizo treparme sobre la silla y presenciar ese momento. Jamás pregunté qué había ocurrido. El tiempo me dio su respuesta.

Ya más juicioso, a los ocho, mientras veía televisión, pude advertir que algo malo ocurría cuando médico y enfermera nerviosos se esforzaban por correr contra el tiempo y aplicar inyecciones y paños de agua fría para calmar la fiebre de mi pequeño y hermoso gordo de 6 meses que horas antes rebozaba de salud. Yo soy el mayor y me acuerdo límpidamente pero los menores no tenían plena conciencia de lo que empezaríamos a vivir. El llanto de mi madre y el nuevo rostro de dolor de mi padre hicieron que yo también brotara lágrimas. Nadie me lo había explicado pero sabía que la muerte llegaba para llevarse a otro de los nuestros.

Mi alegría juvenil por ingresar a la universidad se transformó una noche cuando llegamos al lecho agonizante de mi abuela. Cierto que mi Tata ya había superado los 80 pero con ella se estaban yendo todos mis recuerdos y complicidades infantiles. Su voz débil y caricias tenues se detuvieron casi a medianoche. Nuevamente al ver el rostro de mi padre entendí lo que es perder un ser querido.

Miguel fue como un hermano para nosotros. Le decíamos el gordo, ya imaginarán por qué. Lo conocimos desde que tenía tres años, yo le llevaba unos cinco, y mas paraba en nuestra casa que en la propia. Un día, a dos semanas de cumplir 17, se quedó sin vida, dejándonos desde entonces con un dolor difícil de superar pues ya era de la familia.

Desde entonces hasta hoy transcurrieron casi tres décadas y me encontré con ella infinidad de veces. La vi en forma de accidentes, la vi en forma de enfermedades penosas, la vi en forma de suicidios, la vida disfrazada de terrorismo, la vi como secuela de un crimen, la vi de diferentes maneras. Siempre con la razón de su lado cuando dijo ya te acostumbrarás a mi.

Se han ido familiares, se han ido amigos, se han ido maestros, se han ido alumnos, se han ido parejas y yo estoy aquí intentando comprender qué pasó para no seguir tan impactado como las primeras veces. ¿Será que me acostumbré a ella?. ¿Será que es inútil enfrentarla?. ¿Será que mientras mas avanzo por este camino soy consciente que la encontraré por última vez?

Como somos - Piero

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido Fito, así te decimos tus hermanos, muy hermosa tu nota, no recuerdo mucho -casi nada- de la muerte de Margarita pero sí la de Jorgito, echado sobre la almohada de papá y a nuestro padre cargando esa almohada, llevándola de un lado a otro dentro de la habitación, quizás rogando por un milagro en esas últimas horas de su bebé en agonía, y luego los gritos desgarradores de mamá. Sí, pues, con el tiempo comprendí que esos dolores guardados es mejor liberarlos, asimilarlos, preparar el espíritu para cuando llegue el cambio del trándito por lo material a lo inmaterial
besos,
Marita

Anónimo dijo...

Muy emotivo el tema. Para reflexionar. Te felicito